2 de octubre de 2021

El hombre que saqueó Chichén Itzá


El estadounidense Edward Herbert Thompson vivió cerca de 40 años en Yucatán a finales del siglo XIX, tiempo suficiente para hurtar cerca de 30 mil objetos pertenecientes a la cultura maya. 

Contrario a lo que podría pensarse, no lo hizo a título personal, sino como colaborador de museos, gracias a la ayuda de contactos influyentes tanto en México como en Estados Unidos.

Más de un siglo después, el arqueólogo yucateco Alfredo Barrera Rubio divulgó en una ponencia titulada “Aspectos poco conocidos del saqueo del Cenote Sagrado de Chichén Itzá”, las acciones que en complicidad con políticos y científicos norteamericanos convirtieron a Thompson en uno de los saqueadores más importantes de antropología y el número uno de tesoros mayas en el mundo.

Uno de los capítulos del libro de Barrera “En busca de los mayas. Historia de la arqueología en Yucatán”, habla sobre el tema de Thompson y el saqueo de las piezas, tanto del Cenote Sagrado de Chichén Itzá y sitios como Labná, que logró gracias a su inmunidad política, sacando las piezas del país en sus maletas diplomáticas.

En el libro se señala principalmente que Stephen Salisbury III, benefactor de la American Antiquarian Society, y a Charles Bowditch y Frederic Ward Putnam, ambos financiadores del Peabody Museum, apoyaron a Thompson para robar los vestigios mayas. Pero estos no operaban solos, tenían un respaldo gubernamental, ya que el senador George Frisbie Hoar gestionó en 1885 el nombramiento de Thompson como cónsul para Campeche y Yucatán y así realizar sus acciones ilegales sin ningún freno.

Durante las cuatro décadas que Thompson vivió en Yucatán, sacó objetos también de sitios arqueológicos como Uxmal, incluso existen publicaciones donde señalan que muchas de ellas fueron rotas a propósito con el pretexto de ser enviados a algún museo o a coleccionistas privados en la Unión Americana con fines de reconstrucción.

En marzo de 1904 inició el dragado de Cenote Sagrado en Chichén Itzá y luego de 72 horas de angustia por no encontrar nada, empezaron a aparecer huesos, y días después objetos de jade, oro, sílex y madera. Pero lo que más llama la atención de la época son los registros que señalan a un tal Santiago Bolio como el sub inspector de arqueología en Yucatán y que posteriores investigaciones evidenciaron que trabajaba para el propio Thompson como dibujante, y éste le permitía sacar y manipular las piezas originales para copiarlas y duplicarlas.

Cinco años después, en 1909, Thompson cambia de estrategia de robo de piezas, y ya no es por dragado, sino por buceo, enviando a un buzo griego al cenote sagrado; al no tener registro de nada de lo que se encontraba ahí, no se supo a ciencia cierta cuántos objetos desaparecieron. 

Expediciones actuales sólo reportan la localización de piezas mayas de muy grande tamaño.

El cinismo es aún mayor cuando en marzo de 1923, Thompson concede una entrevista a la periodista estadounidense Alma Reed, donde afirma que sacó numerosas piezas en sus valijas diplomáticas. Barrera Rubio refiere que fue hasta 1926 cuando se estableció una acción legal en contra de Thompson, a pesar de haber tenido varios encuentros con Felipe Carrillo Puerto, entonces gobernador de Yucatán. 

Se estima que en total hacen falta más de 30 mil objetos, tanto enteros como fragmentados, monedas, máscaras pequeñas, cascabeles u objetos de madera tallados, todos extraídos del Cenote Sagrado.

La actual investigación busca encontrar el paradero de la mayor cantidad de objetos que pudieran ser rescatados, así como evidenciar que Thompson no actuó solo, que tuvo ayuda de gente poderosa y ninguno de ellos pagó penitencia alguna por sus faltas.

Por Bernardo Gaitán /Revista JLA.

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