17 de febrero de 2021

La Cigarra, un insecto raro y enigmático


Varias razones hacen de las cigarras uno de los insectos más insólitos. Quizá la primera razón que viene a la mente sea su canto. ¿Quién no se ha sentido perturbado, mientras permanece envuelto por un panorama de quietud absorbente, por el inclemente y agudo canto de las cigarras? Homero, en la Ilíada, propuso acaso el mejor símil para describir este sonido. Para el aedo griego, el sonido causado por las cigarras en medio del bosque es análogo al producido por los mejores oradores. Imposible realizar una descripción más certera: los oradores son nuestras cigarras.

El característico canto es emitido exclusivamente por las cigarras machos y no es originado, como podría suponerse, por la fricción de alguna de sus extremidades contra su cuerpo sino por unos órganos especialmente formados para ello llamados timbales.Éstos están compuestos por un membrana atravesada por pequeños cartílagos en forma de costillas que se tensa por un músculo que se contrae. Al tensarse, la membrana roza con los cartílagos produciendo el peculiar sonido, el cual es amplificado por el propio cuerpo de la cigarra que cumple la función de una caja de resonancia. Sería un error pensar que todas las cigarras producen el mismo rechinante sonido. En realidad, existe una enorme variedad de cigarras y cada una de ellas tiene un canto distinto. Aquí se pueden escuchar cantos de cigarras asiáticas, acá de cigarras europeas, y por acá de cigarras norteamericanas.

Menos conocido que el canto de las cigarras es el hecho de que su ciclo de vida, dependiendo de la especie, dura de cuatro a diecisiete años y transcurre en buena medida debajo de la tierra. Tras aparearse, las hembras horadan las ramas de los arboles para colocar allí sus huevos. Al poco tiempo, surgen las jóvenes cigarras, que reciben el nombre de ninfas y no larvas dado que son similares a los adultos pero sin tener un desarrollo pleno. Las ninfas, al salir de los huevos, descienden a la base del árbol y con sus patas cavan un agujero en el suelo en el cual se sepultan a sí mismas. Permanecen bajo tierra de cuatro a diecisiete años, sobreviviendo de la savia que extraen de las raíces. Pasada esta longeva etapa de desarrollo, salen al exterior y trepan por los arboles. Se posan en el tronco y realizan una muda de su exoesqueleto dando lugar a la cigarra adulta, la cual tiene alas completamente desarrolladas, está lista para reproducirse y –en el caso de los machos– tiene el don del canto.

La etapa adulta de la cigarra, que básicamente consiste en cantar y reproducirse, dura apenas unas cuantas semanas. Permanecen años y años enterradas para luego sólo vivir una mínima porción de tiempo. El ciclo de vida de las cigarras tiene un tono profundamente melodramático. Pareciera que su vida no es más que una preparativo para cantar y morir. O, más bien: parecería que su estridente canto es la forma de sobrellevar el hecho de que su existencia será fugaz.

Este par de singulares características ha hecho que las cigarras mantengan una presencia constante en la historia cultural. Desde la Antigüedad, las referencias hechas a este insecto son abundantes. Dos ejemplos: en el diálogo Fedro de Platón, Sócrates alaba su dulce canto; y en la Historia de los animales de Aristóteles son descritas detalladamente. Sin embargo, además, un número importante de autores han recurrido a la cigarra como motivo central de sus creaciones. La más conocida muestra es la fábula de Esopo de la hormiga y la cigarra, la cual dice así:

En el invierno la hormiga sacaba al sol el trigo que en el verano había recogido. La chicharra llegando a ella con hambre, le pidió que le diese un poco de aquel trigo. A lo cual dijo la hormiga: “amiga, qué hiciste en el verano?” Respondió la chicharra. “no tuve tiempo para recoger, porque andaba por los sotos cantando”. La hormiga riéndose de ella, y metiendo el trigo en su casilla, le dijo: “si cantaste en el verano, danza ahora en el invierno”. Debe el hombre imitar a la hormiga. Esto es, debe trabajar a su tiempo, para que no le falte de comer en adelante; pues el perezoso siempre está necesitado.

Sin embargo, a pesar de que algunos ejemplares pueden llegar a superar los seis centímetros de longitud (las moscas más comunes apenas alcanzan medio centímetro), es casi imposible llegar a verlas.

En primer lugar porque al percatarse de nuestra presencia dejan automáticamente de cantar; y en segundo porque gracias a sus tonos de camuflaje, prácticamente idénticos a los de las ramas y el tronco del árbol, al enmudecer se hacen invisibles. Ya la podemos tener a menos de un palmo: si la cigarra no se mueve, es más difícil que encontrar a Wally.

Pero además de su gigantesco tamaño y su mimética librea, la cigarra común (cuyo nombre científico es Cicada orni) es famosa por su sonido, que no canto. Porque las cigarras, como los grillos, no cantan: estridulan, y al igual que sus parientes de la noche, solo lo hacen los machos.

Medio de comunicación

El sonido emitido por los machos puede ser captado por las hembras a más de un kilómetro de distancia

Así, las cigarras macho estridulan de manera diferente en función de si pretenden marcar territorio ante sus competidores, si desean atraer sexualmente a las hembras o si lo hacen en señal de alarma. Por eso de sonido monocorde nada: es un modo de expresión a golpe de timbal.

La potencia del sonido que emiten los machos puede llegar a ser tan alta que, en condiciones favorables, las hembras llegan a oírlo hasta a más de un kilómetro de distancia. Pero no crean que todo el mérito es exclusivamente de ellos.

Para que las hembras puedan escuchar el reclamo de su pretendiente a tan larga distancia, la evolución las ha dotado a ellas de un tímpano mucho más grande y sensible que el de los machos.

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