En
principio todos tenemos la idea -más o menos reflexionada o intuitiva-
que practicar deporte de manera habitual es una actividad positiva para
los niños y las niñas, especialmente si es un deporte de equipo.
A
los niños y a la niñas desde muy pequeños les gusta el movimiento, la
actividad física, con lo que aprenden a utilizar el cuerpo y a quemar
energías. También, cuando van haciéndose mayores, les gusta realizar
actividades con otros, para sentirse miembros de un grupo y conseguir
cosas juntos, sea un resultado de una competición deportiva, un dibujo
colectivo o una actividad de investigación escolar. Y evidentemente, y
así lo dicen los especialistas, que el deporte para los pequeños puede
ser un juego, una fuente de placer por el que tiene de actividad física,
de superación personal y de relación con los otros, convirtiéndose en
un elemento más de su educación. Pero un elemento que en principio es
positivo puede llegar a transformarse en un conjunto de rígidas
actividades y obligaciones que en lugar de ayudarlos en su evolución y
crecimiento como personas del presente y del futuro, les complique su
educación personal.
LA IMPORTANCIA DEL DEPORTE PARA LOS NIÑOS Y NIÑAS
Está
claro que el deporte de equipo los da a los más pequeños la oportunidad
de jugar en compañía, de sentirse parte de uno todo que debe estar bien
avenido y cohesionado por poder obtener resultados positivos al
marcador, aunque los resultados del marcador del campo no deberían ser
aquello más importante para los niños deportistas sino el mismo hecho de
jugar. Porque cuando nos referimos al deporte infantil debería quedar
claro que más importante que ganar es:
- Aprender a jugar juntos, experimentando directamente que lo que hace cada uno repercute directamente en el que hacen y harán los compañeros, y viceversa: el sentimiento de pertinencia a un grupo.
- Sentirse necesario para el equipo y sentir como necesarios a todos los otros, ya estén en el terreno de juego o esperando como suplentes: la valoración personal.
- Aprender a entrenarse, a realizar unas actividades -físicas o no- que parece que no tengan que ver con jugar partidos, pero que son fundamentales por a poder jugar: la planificación y la constancia.
- Saber que hay unas reglas, más o menos arbitrarias, que son las que conforman y enmarcan aquella actividad y la convierten en deporte: las normas en la vida.
- Pasárselo bien jugando y entrenando, pero también hablante del partido y del entrenamiento, pensando y expresando como se han sentido jugando, ganando o perdiendo...: la reflexión personal y la comunicación.
- Tomarle gusto a la actividad deportiva para que continúe practicando a lo largo de su vida, sea en equipo o individualmente: la educación física.
EL DEPORTE PARA EDUCAR, NO EDUCAR PARA EL DEPORTE
Según
estudios realizados, las razones por las que los niños abandonan la
práctica del deporte son, entre otros el conflicto de intereses entre
las exigencias del deporte y otras actividades interesantes para ellos,
la inconstancia propia de la edad por la que se apasionan temporalmente
por una cosa y le olvidan después. Sin embargo, también, por el
carácter demasiado serio del entrenamiento, por el lugar preponderante
de la competición en el conjunto de la actividad deportiva, por las
relaciones conflictivas con el entrenador y por no soportar la presión a
que se le somete. Y aquello más lamentable es que, a veces, son los
padres los que, sin quererlo, presionan a los hijos pequeños para que
tengan que ganar y se obliguen a ser los mejores y se sientan muy mal si
no pueden hacerlo.
Por
todo esto, cuando se trata de deporte infantil, no se pueden marcar
como objetivos el de educar para el deporte ni el de hacer deportistas
de élite. Sino, al contrario hay que aprovechar el que tiene de positiva
esta actividad para educar, y propiciar que los niños y niñas se formen
como personas que, en un porcentaje muy alto, no llegarán a ser
deportistas profesionales y que, como mucho, podrán seguir a lo largo de
la vida utilizando el deporte para su distracción, favorecimiento de
relaciones personales y mantenimiento de una forma física y mental.
Las
madres y les paras tienen un papel muy importante en relación a la
práctica del deporte de sus hijos e hijas, como responsables primeros
que son de su educación. Como cada actividad de los pequeños, es
necesario que los padres sepan qué es lo que
pretenden facilitándoles a sus hijos la actividad deportiva, si quieren
que sea un elemento más en su educación o que les complique la vida y
dificulte su crecimiento como personas.
Si
después de reflexionar se percatan que desean que el deporte ayude sus
hijos en su educación física, emocional y de relaciones, deberán tratar
de hablar con ellos cuando ganan y cuando pierden, cuando los ponen en
el primer equipo y cuando los tienen sentados de suplentes, cuando
marcan un gol o cuando no les han pasado el
balón... E ir ensenñándoles la necesidad de ganar para saber perder y
perder para saber ganar, y que aquello más importante no es ni ganar ni
perder sino jugar y pasarlo bien. E ir dando herrajes personales para
que aprendan a no sentirse humillados cuando pierden, fallan
un tiro o se dejan marcar un gol; aceptar las decisiones del árbitro,
aunque sean injustas porque el juego es el juego y tiene reglas; o
sentir que el entrenador no los tiene tan bien considerados, o de igual
manera, que se tienen ellos a ellos mismos... Y no solo hablar el padre
o la madre sino ayudar a los pequeños a que cuenten lo que piensan y
sienten en estas ocasiones, con la que cosa la actividad deportiva
servirá para que aprendan a conocerse ellos mismos, y expresar sus
sentimientos y sus emociones.
Teniendo
en cuenta el que he expuesto antes, la práctica del deporte de los
niños y niñas les valdrá como un elemento positivo en su formación y
crecimiento personal, siendo una parte más de su
educación, que los ayudará a conseguir un estilo de vida saludable, una
mejora en la motricidad, el aprendizaje del trabajo en equipo y de las
relaciones interpersonales, el aumento de la motivación y la
perseverancia, etc. Y, finalmente, sirviendo también como prevención
individual y colectiva de muchos de los problemas que en los últimos
años van surgiendo al llegar a la adolescencia o la juventud y que solo
se pueden resolver de forma satisfactoria para la sociedad y las
familias antes de que salgan, con la educación cotidiana de los más
pequeños.