Así solía decir mi abuelo cada vez que se enfermaba o cuando alguien caía en la cárcel. Yo me reía de sus ocurrencias y me le quedaba mirando, claro está que yo tenía tan sólo diez años y sus palabras para mí eran “lenguas chinas”.
Veinte años después he tenido la oportunidad de dar la razón a mi abuelo.
Una persona muy querida para mí cayó enferma y tuvo que ir a parar al hospital. Como buena amiga fui a visitarla y a llevarle un poco de alegría, siempre le contaba chistes.
Así que después de haber pasado tres pasillos llenos de dolor y lamento humano llegue hasta la cama cuatro del pabellón de mujeres, donde ella se encontraba. Estuvimos platicando por cerca de media hora mientras escuchaba los lastimeros quejidos de la paciente de al lado. Con gran curiosidad le pregunté a mi amiga qué tenía su vecina y la respuesta casi me hizo llorar.
Doña Rosita es una señora muy anciana y sus parientes la internaron porque le dolía un riñón, pero desde que estoy aquí, hace una semana, nadie ha venido a verla. La han dejado abandonada a su suerte. Ni una amiga o pariente que sintiera aprecio por ella.
Mi corazón se encogió ante tal crueldad y como si de un eco se tratara, escuché las palabras de mi abuelo: “A los amigos se les conoce en la cárcel y en la cama”. No había frase más cierta que esa. Qué diferencia tan grande había entre mi amiga, a la cual todos la visitaban, y aquella pobre anciana que se encontraba tendida en aquella cama emitiendo quejidos de dolor, que yo sentía que eran más por el abandono que por la enfermedad.
Esta situación me puso a reflexionar largamente. Cuántas veces hemos dejado olvidado a un conocido porque nos cae mal la persona o porque es un familiar que por su avanzada edad y sus achaques ya nos estorba. Se nos hace más fácil hacernos de la vista gorda y recluirlos en hospitales y casas de reposo.
Durante nuestra vida acumulamos tanto amigos como enemigos que a lo largo de nuestro camino por la Tierra nos acompañan para bien o para mal.
Los enemigos, que generalmente son bastantes, nos hacen sentir importantes pues son los que más están pendientes de todos nuestros actos. Ellos aplauden nuestras desgracias, se alegran de nuestros malos ratos pero también nos impulsan a ser mejores para no darles gusto.
Los amigos verdaderos, que casi siempre son pocos, son los que se sientan en el suelo contigo cuando caes. Cuando estás enfermo ellos te acercan el vaso con agua para saciar tu sed y son los únicos que lloran con nosotros nuestras desgracias mientras nuestros enemigos ríen. Son ellos los únicos que estarán junto a nuestro féretro el día de nuestra muerte.
¿Nunca te has preguntado si a ti te harán lo mismo? Dicen que todo tiene su recompensa. ¿Cuál será la tuya por tus actos? ¿Seremos visitados y ayudados cuando lo necesitemos? O de plano nadie nos visitará y nos dejarán arrumbados como mueble viejo que ya no sirve.
Hagamos el bien sin importar si lo conocemos o no. Demos a nuestros familiares una vejez digna y no un abandono triste en un hospital o asilo.
No sea que cuando nos toque no tengamos al lado ni siquiera un amigo que nos tome de la mano.