Cuando Chuin supo del agüero del Sajoo montó en coraje ordenando al instante que fuera arrojado del pueblo el viejo hechicero y abandonado en lo más intrincado del bosque, en espera de que las fieras lo despedazaran.
Pasó el tiempo y ya nadie se acordaba de las amenazas del Sajoo, cuando de las montañas cubiertas de bosques llegó el aguerrido guerrero tenochca: Coyoltótotl, seguido de un gran ejército. Chuin acudió a recibirlo con los honores que correspondían a un embajador del emperador Moctezuma Ilhuicamina, al mismo tiempo que el cielo azul y transparente fue surcado por infinidad de rayos, cuyos espantosos truenos produjeron pavor en los habitantes del poblado.
Andonei se vio en la necesidad de agasajar a tan noble guerrero, cuya apariencia física y trato era hermoso; pero la belleza de sus ojos color de miel, tenía algo maléfico. Un día, Chuin se alarmó mucho cuando sorprendió la palidez y el ofuscamiento de su esposa ante la enigmática mirada del guerrero mexica. El tiempo transcurrió y Andonei decidió ir a bañarse al río donde contaba con un espacio especialmente acondicionado para ella. Más cuando se disponía al deleite del manantial salió Coyoltótotl mirándole intensamente las pupilas, logrando que la joven se sintiera paralizada y alucinada. El guerrero se acercó cada vez más hasta tomarla entre sus brazos, sin que la joven intentara evitarlo y acabando por besar ávidamente los frescos labios de la mujer; para después conducirla a lo más intrincado del bosque.
La noche cayó sobre el pueblo, pero la esposa de Chuin no regresaba… Se le buscó incansablemente, pero ella no respondió a los angustiosos llamados. Chuin, intimidado por el canto lúgubre del tecolote, recordó las predicciones del hechicero, cuando a lo lejos reconoció el timbre dulce y arrullador de su amada esposa, la cual pronunciaba palabras de amor. Cuando llegó al lugar de donde se escuchaba la voz, enloqueció de coraje al verlos fusionados en un abrazo de pasión; furioso, clavo su afilado puñal en el corazón del guerrero ojos de brujo. No importando lo desangrado que estaba su rival, decidió a arrancarle los ojos, clavándolos en el tronco del árbol más cercano. De pronto, Andonei despertó como de un largo sueño y al contemplar el cuerpo de Coyoltótotl a sus pies, echó a correr camino al río, y allí donde la corriente era más turbulenta y peligrosa, se precipitó a ella. ¡El augurio del viejo Sajoo se había cumplido!
Los años pasaron, y aquel árbol que nunca había florecido un día dio flores y fruto. Era un fruto que semejaba ojos humanos. Los Sajoos que saben interpretar el lenguaje de las cosas descubrieron el secreto. ¡Eran los ojos de Coyoltótotl que el cacique Chuin había clavado en su tronco! Ellos llegaron también a saber que los dioses, benignos y comprensivos, les volvieron a dar vida con cualidades mágicas. Aún en nuestros días, los yerberos y hechiceros a ese fruto misterioso le llaman Cuauhixti, el cual buscan para recoger su semilla, que actualmente le llaman “ojo de venado”, la cual aseguran sirve para “ahuyentar el mal del ojo” y "para la caza segura de venado.
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